El Fauno y la Bacante, pasión por el clasicismo.
En Guayaquil, desde mi escritorio.Ubicado en uno de los jardines del actual “Malecón 2000” y presto a cumplir 100 años de antigüedad, lo considero el más hermoso conjunto escultórico que posee nuestra ciudad. La obra, trabajada en mármol por el genio del artista Luis Veloz, tiene como principal elemento el sensual desnudo de una bacante en éxtasis que se apoya contra un “término” del sonriente dios Fauno.
Hacia finales del siglo XX, antes de la construcción del Malecón 2000, la obra se elevaba sobre un pedestal de mármol que exhibía una placa que decía: “El Fauno y la Bacante, obra del artista Luis Veloz, en el año 1918”; en la actualidad se asienta sobre el nivel del suelo y se orienta hacia el sur.
La Bacante o “ménade” es la personificación de las fuerzas de la naturaleza, era la sacerdotisa del dios Baco, a quien se lo adoraba en forma de cabra o toro. Las ménades participaban de ritos orgiásticos donde poseídas por un frenesí incontrolable adquirían una fuerza descomunal con la que descuartizaban animales y se comían su carne cruda, así de manera simbólica “se comían al mismo dios”. De origen latino, el mito de la antigüedad clásica se refiere al dios “Faunus”, también identificado con el helénico Pan, quien era venerado como genio de los bosques y tenía la facultad de revelar el porvenir a través de los sueños, el vuelo de las aves o el rumor del bosque, además protegía el ganado y lo hacía fecundo. El mito cuenta que el dios Pan había hecho el amor con todas las ménades.
Uno de los aspectos de la composición formal del conjunto escultórico es la imagen del Fauno con la forma de un “término”, palabra que en artes plásticas se refiere al apoyo que termina por la parte superior en una cabeza humana; sin embargo, el término deriva del antiguo ritual romano de la “Terminalia” donde se honraba a “Terminus” –deidad de los límites y de los mojones-. Durante la celebración del ritual se coronaban los mojones que servían para delimitar las tierras de las fincas, los términos figuraban al mismo dios.
Es muy valiosa la interpretación que incluye el profesor Parsival Castro en la “Historia de los monumentos de Guayaquil” donde al referirse al monumento escribe que: “La alegoría simbólica del alma que al cerrar los ojos a la luz del pensamiento (la doncella dormida) es envuelta, enseguida, por el mundo interminable de los deseos (el fauno sonriente) –deseos que no deben ser reprimidos, sino integrados y transcendidos sabiamente en la vida- son representados, magistralmente, en una de las más logradas tallas escultóricas que tienen la estatuaria de la ciudad”.
De la vida del artista Luis F. Veloz hay muy poca información en la historia del arte ecuatoriano, los datos suelen ser muy dispersos y por lo general aparecen en noticias como la que transcribo del diario “El Guante” al final del artículo. Se conoce que estuvo becado en Roma hacia 1914 y también fue director de la Escuela de Bellas Artes de Quito . En su “Historia de la cultura ecuatoriana” el padre José María Vargas contribuye con los siguientes datos donde se menciona al artista en cuestión:
“Presto la Escuela de Bellas Artes comenzó a dar sus frutos. Muestra obligada de adelanto constituyó la Exposición anual de los trabajos, con premios a los vencedores. El ministro doctor Manuel María Sánchez, en su informe de 1915, dio cuenta de la II Exposición anual de la Escuela de Bellas Artes, inaugurada el 10 de agosto de 1914. Entonces obtuvieron premios Antonio Salguero, Eugenia de Navarro, Paul Bar y Juan León Mera, en el tema de paisaje; Víctor Mideros, José Yépez y Enrique Gómez Jurado, en la pintura de figura humana; Luis Salguero, en pintura de género; Roura Oxandabero, en la sección de Dibujo y Jesús Vaquero Dávila, en la de Artes retrospectivos. A la Exposición enviaron también trabajos los ecuatorianos que gozaban de becas en el exterior y fueron: Manuel Rueda, Antonio Salgado, José Salas Salguero, José Moscoso, Luis Aulestia, Luis Veloz y Nicolás Delgado”.
El historiador José Gabriel Navarro en cambio señala que el artista “estuvo pensionado en Roma, a su regreso restauró cuadros antiguos de las iglesias y conventos quiteños”.
No es de mí interés hacer un recuento de la polémica historia del monumento en relación a su ubicación original a inicios del siglo XX, ya que por el momento pienso suficiente la interesante nota que apreció el 18 de octubre de 1920 en el diario guayaquileño El Guante con el título El triunfo del arte:
El arte nacional puede enorgullecerse de la bella creación con cuya copia engalanamos estas columnas, debida a los talentos artísticos del notable escultor D. Luis F. Veloz quien ha realizado, en el grupo llamado “La Bacante”, un positivo esfuerzo de alta concepción de la belleza, para mejoramiento del gusto estético, en este país donde el arte no ha ensayado en vuelos de libertad su potencia creadora. El paseo Montalvo ha sido preferido en esta vez para dar asilo a esta obra de indudable valor artístico, contra la cual el clericalismo mueve sus huestes en son de protesta, en nombre de una moral estrecha que intenta cerrar las puertas a la belleza que las abriera el propio Vaticano. Sin embargo, el progreso se impone y el arte triunfa, y ya será también Guayaquil la ciudad que ostente, como las más cultas e ilustradas, ostentan en sus parques y jardines, estas creaciones que enseñan a las masas el amor por lo bello y las acostumbra a la contemplación serena de sus encantos. La obra del señor Veloz, quien terminó brillantemente sus estudios en Roma, en donde obtuvo el primer premio en honroso torneo de la primera Academia del mundo, fue también, premiada con medalla de oro, en la Exposición de Bellas Artes de Quito, en donde el criterio del arte desnudo se ha impuesto, sin lucha con el fanatismo, en todas las esferas sociales, para honra de su cultura.
Hasta pronto
Publicado por Fernando el 12 Apr 2016